Sin darme cuenta, empecé a marchitarme, a deshojarme; preguntándome: “me quiero, no me quiero”. Bajones constantes, ganas de llorar sin saber por qué, soledad absoluta, tristeza infinita.
Caminaba en círculos, en círculos de diferentes tamaños. A veces tardaba tiempo en completar una vuelta, pero no importaba, siempre volvía al mismo lugar, a la misma tristeza.
Me estaba consumiendo, lentamente, veía como poco a poco todo se iba desvaneciendo y sin saber qué hacer, sin saber cómo salir de ahí.
Parecía que el final estaba cada vez más cerca, y yo, sin poder evitarlo.
Entonces el milagro ocurrió.
Apareciste y me viste, pero no como una más: viste mi alma, mi alma marchita.
Llegaste a mi vida a vivirla conmigo, sacaste de mí todo aquel dolor que me estaba matando, que me estaba destruyendo, sin darme cuenta. Te jugaste por mí y empecé a reír de nuevo.
Ahora no solo camino en círculos, sino que corro, salto, vuelo. Ahora ya no tengo miedo. Ahora mi vida florece de nuevo.